Puyango
y sus parroquias se han distinguido por la cultura, tradiciones y
leyendas que guardan celosamente en cada rincón. Vicentino no es la
excepción, allí se encuentran sitios como:
Las Pampas de Guambona: Una
fascinante leyenda de Guambona, relata la dura realidad de los
auténticos Chitoques: indios curtidos al sol y al trabajo, resignados a
la suerte que les deparó el conquistador, quien ahora les había doblado
la carga tributaria de diezmos y primicias el cura párroco. De no
cumplirla, no habría bautizo para los guagas, ni matrimonio, ni
confirmación, ni comunión, ni extrema unción, es decir, se les negaba el
perdón de Dios.
Los
siervos del altiplano de Alamor eran evasivos a la sobrecarga
tributaria, pero el cura se la impuso a punta de látigo y sermones
apocalípticos. Un funesto viernes Santo los indios, estimulados por la
chicha fermentada, agredieron salvajemente al cura, cuya cabeza rodó de
un fuerte machetazo que descargó con furia inaudita Manuel Cuchicara,
pues su hija ya tenía dos hijos de "taitacurita", que aumentaban sus
cargas y disminuían su plato.
Los
demás indios de otro machetazo, sacaron el cráneo en el que continuaron
bebiendo su chicha fermentada. Después del crimen, se presentaron
truenos, relámpagos y un aguacero contumaz que retumbaba el tambor de la
Pampa.
El
sacristán, Don Cristo Chamba encontró el cadáver del cura bañado en un
charco de sangre y la cabeza estática con los ojos fijos en el techo.
Inmediatamente fue a poner este hecho en conocimiento del Obispo de Loja
y se disparó en su caballo, a galope tendido cuesta de Chitoque arriba,
con el mensaje en la boca: œLo mataron a taita curita esos indios
facinerosos
Desde
un costado del cerro por donde viajaba, el Sacristán descubrió que lo
seguía un siniestro jinete en un caballo blanco y que de inmediato lo
alcanzó y le dijo: œYo también voy a dar cuenta del crimen al Obispo de
Loja, mi caballo Mefistófeles es más veloz y más te vale regresar a
Chitoque a consolar a la feligresía y sepultar a tu jefe, quien no solo
ha maltratado y explotado a su pueblo sino que ha comprado tramos de la
inmoral deuda externa ecuatoriana, como quien se reparte el queso con
los demás ladrones de levita. Y alzando el brazo para empinar las
riendas del briso potro en descomunal galope dejó ver los bofes y más
asaduras quedando boquiabierto el Sacristán, que sumergido de espanto,
retornó a Chitoque.
Desde
las alturas del Guachaurco se abría un gran paisaje que mostraba un
horizonte pintado de colores embriagantes. Cristo Chamba esperaba que
las campanas de Chitoque tocaran el Ángelus, para encomendarse, con
rosario en mano, a la interminable lista de vírgenes. Pero lo que
escuchó al pie del cerro fue un quejido estremecedor que salía del
vientre de la pampa: œChitoque había sido encantado. Estaba bajo tierra
por castigo, así lo demuestran las algarabías y lamentaciones
subterráneas.